Gajos del oficio


Me gustaría ser un escritor de esos que despiertan más allá de las nueve,
y preparan con calma un zumo de naranja y luego un bollo
untado con mantequilla y sal y quizá un poco de mermelada, y con ellos
colonizan su propio salón, virgen desde la noche anterior, ven
las noticias hasta las diez y después escriben con gafas de sol,
porque el sol se les cuela por la ventana,
unos versos extraordinariamente tristes.

Sí, uno de esos que ya, a estas alturas,
casi no existen.

Me gustaría, por probar, un día o dos, quizá.

Ahora escribo por las noches, y también algunas mañanas en las que despierto pronto.
Antes de trabajar, con el mismo zumo de naranja pero peor exprimido,
y el primer pedazo de bollería industrial que me ha ofrecido Mercadona.
Frente a mi patio interior, que es simplemente de luces,
sin diminutivos,
me pongo las gafas de sombra para ver si así puedo entrar al poema un poco de sol.

Y trato de escribir los versos más tristes también.
Como
aquel que decía,
joder,
[…]
me gustaría ser uno de aquellos escritores, porque ser uno de éstos
siempre me deja a la mitad, insatisfecho, demediado,
o me entra un sueño atroz en el que ni siquiera sueño con palabras
o tengo que ir a trabajar y me dejo a mierdas
el zumo, el poema, el bollo,
los versos más tristes.

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